jueves, 1 de marzo de 2012

En este país se nos han muerto los trenes - Bruno di Benedetto


En 1961, el Gobierno Nacional ordena
el desguace de la red ferroviaria de la
Provincia del Chubut, Patagonia Argentina.
De los trenes y sus caminos nada queda,
salvo algunas voces de vivos y muertos
y unas pocas palabras escritas sobre las ruinas
o sobre trozos de papel que el viento
ha querido, por ahora, perdonar.

I. Geografía de lo inexistente

En este país se nos han muerto los trenes: ahí quedan
como cadáveres de escarabajos resecos
las estaciones o sus nombres:
Las Plumas, Cañadón Lagarto, Punta Rieles,
nombres aferrados al borde de la memoria, esa planicie
barrida por el viento.

Viento hay en la Patagonia, no trenes.
Viento loco, feroz, locomotora desbocada, transparente,
aullido que sopla hacia todas partes, pero siempre desde el oeste.
Tren largo como ancho es el país es este viento puntual,
todo se lo lleva:
bocas, almas, besos, cuentos
todos somos pasajeros y todo es pasajero
en este tren del tiempo.

II. Arqueología ferroviaria

Busco en el polvo boletos de trenes
que no existen o que no partieron nunca.
En los andenes de greda desentierro los hilos, las hilachas
que han dejado las despedidas, pañuelitos blancos, muertos,
carmines fósiles de los besos que no se alcanzaron a dar,
huesos viajeros entretejidos en la herrumbre de los clavos,
maderas durmientes apareadas como suturas que cierran
la boca de un grito que se niega a callar.

III. Oficina de objetos perdidos

Dos muñecas de porcelana, cuarenta naipes marcados,
tres monedas de cinco centavos, un pañuelo de organdí,
una valija desfondada, dos biblias, veinte suspiros de estación,
un bastón con puño de marfil, unos binóculos ciegos,
un álbum de estampillas, siete relojes de bolsillo
tres ademanes a medio camino, una hoja de abedul,
quince besos secos, un alfiler de oro, un bigudí,
cinco corbatas, una de luto, treinta y dos dientes sin uso,
un amor no declarado en las aduanas, un neceser,
cuatro herraduras, una carta que nunca fue escrita,
la marca de una frente en la ventanilla helada, seis hasta nunca,
dieciocho reencuentros y más desencuentros de los que se puedan contar,
una gorra militar, un mono embalsamado, una estola y un estertor.

IV. Metafísica de las ruinas

Sentados en los bancos de las estaciones derruidas
hacen calceta los pacíficos muertos que perdieron el tren.
No los inquieta ni este silencio finamente entramado
ni la noche que gira y se desmadeja en hebras que sólo fingen partir.
La noche abre todas sus puertas en cada estación
y tañe la campana invitando al viaje,
pero los muertos permanecen muertos porque saben
que la noche es un largo tren inmóvil:
todas sus paradas son absurdas,
todos los destinos, fugaces.

V. Hablan los muertos

- Oiga, este tren viene con retraso.
- Pero llega, llega siempre.
- Ha de ser que le ha dado trabajo la cuesta.
- Sí, es brava la hondonada de Madryn.
- Cuesta subirla. Ponen dos máquinas, allá
- Mire que son sabias las palabras: la cuesta, cuesta.
- Las palabras nunca pueden ser más sabias que los hombres que las dicen.
- Es una forma de decir. Se habla para pasar el tiempo.
- Tiempo es lo que nos sobra.
- Lo que me anda faltando es lana verde.
- Puede usar de la mía.
- Gracias. Tejer ayuda con la espera.
- Siempre estamos esperando.
- Qué otra cosa podemos hacer.

VI. Escrito sobre una pared

En esta tierra han asesinado a los trenes.

Los rieles han sufrido secuestro violento,
y han despertado a los durmientes de muy mala manera
para someterlos a una vigilia vertical.

Han dejado de alimentar a las nubes con el vapor
de las buenas locomotoras:

la lluvia se nos morirá de inanición
y la mirada, de sed,
y los pájaros, de silencio.

Nos ha malherido la distancia.

B.D.B.
(2002)

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