lunes, 23 de julio de 2012

Cerebro mágico - Daniel Quintero

a Joaquín, mi viejo


William Shakespeare
cuyo padre, como el mío, era carnicero,
posiblemente haya recibido poesía
en esas mañanas de picardía y quejas
cuando las vecinas esperaban su turno
y entre carnes de estofado y trozos para guisar
el pequeño Guillermo construía sus letras.
El padre del niño William nunca supo
que marcaba su oficio,
así llegaban a él resoluciones literarias
por trozos de carne cortada por un cuchillo en prosa,
pulpas y huesos para un caldo desde donde
salían los vapores que después fueron sonetos.
Tal vez Julieta haya sido una joven vecina
próxima, inalcanzable sin esalera, hija de Otelo,
sobrina de Hamlet
y Romeo un rey Lear desvelado
por darle un sentido moderno a los mitos griegos.

Mi infancia fue algo más cómoda,
por esos tiempos, y entre otras cosas,
los mitos estaban resueltos y ya existía el psicoanálisis,
las vecinas eran más factibles,
y ya había luz eléctrica y pilas
que en un juego del Cerebro Mágico
encendía una lámpara cuando se preguntaba...
"el padre de qué gran dramaturgo inglés era carnicero?"

Así llegaron a mí entre churrascos
y carne de poesía picada
versos coloridos de sangre, cuentos, quejas y murmullos
en la melancolía y al amparo
de una diminuta luz de este juego
que acierta, da conmigo, responde William Shakespeare
y sin saberlo, como su padre/como el mío
marcan mi oficio.  

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