A Marcelo Bordese, por la conversación de la que nació este poema.
Nada
varía el viento que hoy sopla
desde
un fondo tatuado de gritos
hasta
este lugar donde dormimos o creemos estar despiertos.
¿Quiénes
gritan si no tienen ya lenguas ni gargantas
y
son sólo polvo anónimo
en
remotas tierras a orillas de remotos mares?
Son
niños. Criaturas con gorros de cuero,
perdidas
en la bruma, con espadas de madera, de lata.
¿A
qué dios con rostro de cordero
o
perro, a qué supuesto paraíso
sin
ángel envuelto en llamas a la entrada,
se
encomiendan, apretados uno contra otros,
al
sol quemante o en la lluvia,
hechos
prisioneros en oscuras bodegas,
en
barcos que navegan quién sabe hacia dónde,
atados
a lomos de caballos que galopan
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